Para empezar habría que definir qué es la misericordia, palabra que, como otras muchas, hemos devaluado. La misericordia es la característica propia de Dios: Amor puro sin límites, capaz de perdonar todo. Un Amor irracional para nuestras mentes humanas y limitadas. Decía Vicente que necesitamos de misericordia en un mundo “simpasión” (frente a la compasión). Vivimos en la era de la “simpasión”, un tiempo en donde resulta difícil vibrar de verdad con los otros, especialmente con los que sufren. La “simpasión” es una especie de coraza que nos defiende del mundo. Es la incapacidad para ponerte en el lugar del otro de un modo que te afecte, te implique y te movilice.
Necesitamos ponernos el traje de la compasión. Ese traje lo encontramos en el Evangelio, en Jesús. La Misericordia nos lleva a la Compasión y esta a la Ternura. La misericordia es poner el corazón en la miseria humana. La compasión es ponerte en la piel del otro. La ternura viene de las entrañas. ¿Tenemos entrañas de misericordia?
Dios es Misericordia. Dios se revela como el apasionado y compasivo. “Señor, Dios misericordioso y compasivo, paciente, rico en clemencia, fiel.” (Ex 34, 6) Dios, una y otra vez, busca al perdido. Dios quiere conquistar nuestro corazón, tu corazón. “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 16 ss). Somos “la amada” de Dios que nos quiere seducir. Dios toma partido por los pobres y se compromete en su liberación: “hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero.” (Dt 10, 17) Dios no da a nadie por perdido, sigue buscando hasta encontrarlo. Como en la parábola de la oveja perdida.
Jesús es el rostro de la misericordia del Padre. Jesús con su vida revela el Amor del Padre. Jesús revela a Dios como Padre/Madre que perdona siempre.
La misericordia de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu. Somos portadores de la misericordia de Dios. El Espíritu nos capacita para ser misericordiosos, es decir, para amar a todo ser humano.
La Iglesia tiene que ser signo de la misericordia en el mundo. La Iglesia es, debería ser, oasis de misericordia en el desierto que nos rodea. La Iglesia tiene que ser el hogar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo, toda persona, pueda sentirse acogida, amada, perdonada y alentada a vivir según la vida buena del Evangelio. Ya lo dice Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”. (Lc 6,36)
Dios acude a mi propia miseria, a mis fragilidades, a mis limitaciones, porque Él ya sabe que somos frágiles y vulnerables. “La misericordia es la vía que une a Dios y el hombre.” (MV, 2)
¿En qué momento de mi vida he sentido el Amor inmenso de Dios? Tenemos que abrir los ojos y saber mirar, tenemos que abrir los oídos y saber escuchar. La misericordia comienza por tener la capacidad de ver la situación del otro, conmoverse, dejarse afectar, descubrir sus necesidades. La misericordia es ir al encuentro del otro que sufre, tener la valentía de acogerle y acompañarle. Como la parábola del Buen Samaritano, desviar nuestra ruta para ayudar al herido.
La pregunta no es que me pasará a mí si ayudo, sino que le pasará al otro si no ayudo.
Las obras de misericordia (corporales y espirituales) despiertan nuestra conciencia ante el drama de la pobreza para entrar en el corazón del Evangelio. La misericordia y la justicia no se pueden separar. Todo cristiano tiene que trabajar por la justicia. La misericordia humaniza la justicia. La misericordia nos remueve y la justicia nos mueve.
Tenemos que anunciar el Evangelio de la Misericordia. La tarea de los discípulos y discípulas de Jesús es brindar misericordia como fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre.
La importancia de la espiritualidad de la ternura. La ternura, dice el Papa Francisco, salvará el mundo.
La misericordia nos lleva siempre a la paz y a la esperanza.
Gerardo J. Cámara. |